Llueve pero frente a la popular pizzería de la calle Saint Marks donde aún se pueden encontrar triángulos de pizza a un dólar, está como cada día «Shooter», sentado en un taburete tras una pequeña mesita plegable en la que junto a un altavoz portátil, sostiene un contenedor de plástico con porros de marihuana a 10 dólares, 20 o 30 si se está dispuesto a a llevar la de mejor calidad.
Ecuatoriano de 21 años, «Shooter» no está solo, ya que en tres manzanas de la misma calle se pueden encontrar otros varios vendedores callejeros como él y al menos seis tiendas y dispensarios donde se pueden adquirir marihuana y todo tipo de productos derivados de cannabis.
A veces aparecen furgonetas o minibuses que llevan el negocio sobre ruedas o bien see puede solicitar envío por delivery.
No es cuestión solo del East Village. Desde que Nueva York aprobó en marzo de 2021 la ley que legalizó la marihuana de uso recreativo, los establecimientos dedicados al negocio han crecido como setas.
La marihuana no solo se huele y se siente en Nueva York, también se ve abiertamente en la calle.
Legalmente hablando, muchos de los negocios o «emprendimientos» como como el de Shooter están fuera de las normas porque el proceso en el estado de Nueva York aún no se ha completado y no se han repartido todavía las primeras licencias.
Muchos dispensarios arrancaron entregando marihuana como «regalo» cuando se compraba un NFT, una postal o cualquier otra cosa, pero ya ni siquiera se usa la coartada legal y cualquiera con un documento que garantice la mayoría de edad legal (21 años) puede acceder y comprar.
Del mercado negro se ha pasado a un mercado gris, pero las autoridades de momento no parecen demasiado enfocadas en la aplicación estricta de la ley.
Agatha, que tiene 51 años y vive en la ciudad desde los años 90′, recuerda un Nueva York muy diferente.
Era en Washington Square o en Tompkins Square donde comprabas una hierba que no tenía nada que ver con la de ahora, que está buenísima. Era también el Nueva York en que podías pasar una noche en la cárcel por llevar encima cinco dólares de marihuana, tal como me sucedió a mí.
Habla de la época en que Rudy Giuliani ocupaba la alcaldía y aplicaba la política de «ventanas rotas», que identificaba los pequeños delitos como un síntoma y los perseguía con mano de hierro, con especial dureza a negros y latinos.
Precisamente en el proceso de legalización se han intentado enmendar algunas de las injusticias raciales que plagaron y aún plagan la «guerra contra las drogas».
Las primeras 150 licencias del estado, para las que hasta la fecha límite del 26 de septiembre se aceptaron 900 solicitudes, se han reservado a quienes personalmente o a través de algún miembro de su familia sufrieron condenas por ofensas relacionadas con la marihuana.
También pueden optar, entre otros, organizaciones sin ánimo de lucro que creen oportunidades para gente encarcelada, quienes operen con una causa social o quienes tengan al menos cinco empleados a tiempo completo.
Uno de quienes ha solicitado la licencia ha sido John, que no tiene personalmente antecedentes pero ha puesto el proceso en marcha con un abogado.
Cree que conseguir la licencia es «solo cuestión de tiempo y dinero» y no le falta razón. La ley obliga también al solicitante el haber tenido al menos un 10% de propiedad en un negocio rentable por dos años y luego desembolsar 2.000 dólares para seguir adelante.
Si John acaba consiguiendo una licencia, formará parte de una industria que para 2027 se espera cuente con 900 tiendas en todo el estado y mueva 4.200 millones de dólares de ingresos.
Vio que era buena manera de empezar algo, un buen negocio y decidió probar, mientras parece no importarle demasiado estar frente a un dispensario rodeado por otros muchos que tuvieron la misma idea.
Afirma que lo que importa es el producto y que muchos de sus clientes han ido a otros lados y lo prefieren.
Aunque la ley obliga a que el cannabis que se vende en Nueva York sea producido en el estado, el origen de lo que ofrece es «confidencial».
«Shooter», el vendedor ambulante, en cambio no tiene problemas en reconocer que su hierba llega de California, donde el clima favorece una mayor potencia.
Pero a él tampoco le preocupa la competencia.
A la gente le gusta comprar en la calle conforme va paseando. A los únicos a los que no vendo es a los ‘pelados’. Mi clientela incluye abuelitos, blancos, negros, latinos, asiáticos… todo tipo de gente… Todo el mundo fuma.
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